Tambores de guerra
Editorial: El eterno retorno del PRD
¿Tiene el más
antiguo de los partidos del sistema político dominicano la capacidad
para auto-comprenderse y auto-evaluarse sin herirse vanamente y sin
levantar más cicatrices que las ya acumuladas?
Cabalgando, como un quijote continuamente herido, lanza en ristre, se abalanza sobre su propia gente y se atropella, auto-flagelándose, a veces sin reparar en las consecuencias pesadas que le sobrevenderán. Amén de no poder canalizar sus diferencias por los senderos ideales del elemental entendimiento político y común razonamiento, se aboca, ceteris paribus, a la lucha interna, misma que le ha costado el poder y las posibilidades de alcanzarlo, por mucho y más de una vez.
Con un dilatado y no menos traumático recorrido histórico, el PRD ha instaurado, casi como cultura interna, la batalla entre facciones, cuyos resultados se miden por los fracasos continuos de su prolongada existencia en la carrera por el poder.
Con luces y sombras, aportes y desvaríos, el PRD regresa de cuando en vez a sus andanzas fratricidas, y en lugar de aprender de sus yerros retardatarios, regresa al patíbulo auto-levantado de la inmolación.
El PRD camina otra vez sobre el límite resbaladizo de la división y el enfrentamiento interno. Un agrietado sentido de la lealtad grupal que, además de inútil, está distanciado de la sabiduría más plana y ordinaria.
Los tambores de guerra, esta vez, fueron evidentes desde el momento en que una parte de esa organización optó por hacer fracasar a la otra, ¡oh paradoja de la inteligencia!, “entendiendo” que el fracaso de su compañero era más relevante que la victoria de su contrario u oponente.
Sin presagiar lo peor, al PRD le aguardan días difíciles y cáusticos instantes. Pero no sólo por la rebatiña incendiaria que pueda primar en su interior, sino, y es lo peor, por la ausencia de una o más cabezas frías que antepongan los éxitos de la organización a los propósitos personalistas de la maraña grupal.
¿Tiene el más antiguo de los partidos del sistema político dominicano la capacidad para auto-comprenderse y auto-evaluarse sin herirse vanamente y sin levantar más cicatrices que las ya acumuladas?
¿Aparecerá ese soplo de atinada sabiduría y el caletre necesario para iluminar la hora confusa del viejo PRD, o preferirán sus conductores, nueva vez, el redondel de la guerra fratricida y la autodestrucción fangosa?
Hay quienes apuestan a la segunda opción, aunque, claro está, la decisión y el destino final de esta encrucijada, sólo puede resolverse con la llama prudente de la inteligencia. Una muy cuestionada bandera, y la que al parecer ha sido arriada, otra vez, en la casa perredeísta.
¿Habrá hoy, en el PRD, quien pueda pensar, con sentido sencillo, prudente y trivial, en la palabra inteligencia? El país esperará por esta respuesta. O por el eterno retorno a la batalla, absurda por demás, de un PRD que aún no aprende de sus errores.
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