Por DOMINGO PEÑA NINA*
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Debemos amar a los demás y tratar con misericordia aun a aquellos que nos han hecho daño. Ese es nuestro deber.
Muchas son las historias que nos refieren el cambio notable experimentado por personas como consecuencia de la influencia del amor en sus vidas. Individuos que llevaban una vida desorganizada, de fiesta en fiesta, de largas borracheras, de malas acciones, se transforman por amor después de convertirse en padres. También por amor aotra persona, muchos han abandonado la forma de vida reprochable que habían llevado por años y otros han abandonado una organización radical a la que, por principios, habían dedicado tiempo y esfuerzos.
En el capítulo 13 de su carta a los corintios, San Pablo nos describe de manera magistral las características del amor. Entre otras cosas dice que “El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hacer nada indebido, no busca lo suyo, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser…”
En la obra Los miserables, de Víctor Hugo, se registra una impresionante historia respecto al poder del amor. La historia gira al rededorde Jean Valjean, un fugitivo, que cumplía veinte años de prisión por robar una hogaza de pan. Valjean encontró misericordia y hospitalidad en la casa de un obispo. Pero más tarde vuelve a sus andanzas y hurta algunos objetos de plata de la casa del obispo, después de lo cual desaparece.
Un policía lo detiene, y Valjean trata de seguir su camino mintiendo, al decir que le habían regalado aquellos objetos de plata. El policía lo conduce de vuelta a casa del obispo y allí Valjean se dispone a escuchar las palabras que lo llevarán devuelta a la cárcel por el resto de su vida. Nada lo había preparado para lo que pronto tuvo oportunidad de escuchar: “Desde luego, esos objetos se los he obsequiado”, afirmó el obispo. “Pero, un momento, usted olvidó lo de más valor. Olvidó tomar los candelabros de plata”.
En lugar de escuchar la condena que merecía, Valjean fue deslumbrado por una expresión de misericordia. Hacía tan solo un momento, pensaba que lo esperaba la pobreza y la prisión, y ahora, lo esperaba la libertad y la abundancia.
Antes de que Valjean se despidiera, el obispo le dijo: “Jamás debes olvidar este momento. Tu alma y tu vida te han sido restauradas. Ya no te perteneces. De aquí en adelante, eres propiedad de Dios”.
Mediante este acto de misericordia, la vida de Jean Valjean se convirtió en una expresión de amor. Este cambio lo llevó a cumplir lo que le había prometido a una prostituta agonizante. En lo adelante, se dedicó a criar a la hija de aquella infeliz, llamada Cosette. Tiempo después se arriesgó para salvar al hombre del que Cosette, ya crecida, se había enamorado, aunque sabía que eso significaba para él tener que volver a vivir en soledad.
Estos actos demuestran que después del perdón del obispo a Valjean tras el robo, este ex prisionero, fue capaz de amar. En su vida se manifestó lo expresado en la versión musical de la obra de Víctor Hugo: “Amar a alguien es lo mismo que contemplar el rostro de Dios”.
Debemos amar a los demás y tratar con misericordia aun a aquellos que nos han hecho daño. Ese es nuestro deber. Eso es lo que nos mandan los evangelios y lo que nos enseñó con su ejemplo el divino maestro de Galilea. Quién sabe si con nuestra actitud llevemos a muchos Valjean a modificar su conducta y encarrilarse por el sendero del bien.
Tomado de Almomento.net. Angel Cabrera Sanchez.
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