viernes, 24 de julio de 2009

A TODOS LOS PADRES



Escrito por: Domingo Porfirio Rojas Nina (jcderojasnina@hotmail.com)
Narramos la historia real y conmovedora de un hijo cuyo progenitor jamás le ofreció amor, protección ni consejos. En cambio, éste fue indulgente, ofreciéndole favores numerosas veces sin pasar factura.

Y, con borbotones de lágrimas y penumbras le dice: “Cuando volví a verte, después de tantos años, contemplando tu figura varonil, poco te conocí, sólo recordaba tu nombre, aunque indagué tus pasos por la tierra”.

Supe que fuiste un hombre demasiado honesto, correcto militar, secretario de doña Julia Molina, -a pesar de que fuiste antitrujillista-, quien te recomendó como sargento del Ejército Nacional y que te trasladaron después a San Cristóbal a organizar las oficinas de la fortaleza General Antonio Duvergé, en donde lo hiciste bien y tus superiores te condecoraron y allí te casaste con mamá, siendo ella una estudiante con dispensa de edad y le llevabas muchos años, pero el amor no tiene edades y pasa cantando canciones.

Volví a saber que solicitaste tu renuncia, cuando, en tu presencia, un mayor de Ejército abofeteó y rompió la boca a un humilde Raso, a quien llamaste cobarde, desenfundaste tu pistola y lo retaste a un duelo que este abusador no aceptó.

Igualmente, me enteré que cuando volviste a tu vida civil hacías dulces de coco y salías a venderlos por las calles de San Cristóbal, con una bandeja en tu cabeza. ¡Qué noble y bello ejemplo éste!

Leí cartas que escribiste a mamá pidiéndole perdón, aunque ella jamás quiso decirnos nada ni a mis adoradas hermanas sobre los motivos de su divorcio, pero los hijos investigamos. Supimos que admitiste que ella era como una santa muy honrada, más inteligente que tú y humanista.

Y siendo así, no tuviste valor de arrodillarte ante su cadáver a implorarle perdón. Tu vano orgullo superaba tu tamaño.

Pero rompiste esa vanidad cuando en 1972 fuiste al Palacio Nacional, donde yo laboraba como Secretario de Estado, y en presencia de mi ayudante especial Aníbal Martínez, me entregaste una carta para el presidente Balaguer, rogándome que te ayudara para no perder tu casa en Bonao..

Y Balaguer aprobó que dicha casa te fuera vendida al Estado, y tú pagaste todo el dinero. Por eso, insisto en tu integridad.

Ay, recuerdo cuando conversé con nuestro ilustre amigo José Francisco Peña Gómez y Don Antonio Guzmán, el mejor presidente dominicano de estos tiempos, junto al amigo Vicente Sánchez Baret, y fuiste designado en Induspapel, Villa Altagracia, y luego pensionado con honor.

Jamás te he reclamado los humildes favores que te ofrecí, pues sólo he querido alertar a todos los padres que quienes, olvidan a sus proles deben rectificar esta grave falta, aunque sea tardío, y lo hago con el solo anhelo de extenderte una clemencia. Te pedí que cambiaras tu jactancia y no lo hiciste, reiterándote mi piedad, y gracias por los elogios que me hiciste siempre; porque ese hijo es quien esto escribe.

En el Día de los Padres, exhortamos a todos los hijos a excusar agravios. Unas líneas de la carta que Juan Rulfo, a fines del siglo XVI, dirigió a un hijo suyo: “Sabes, hijo, que si vas por el derecho camino, un espíritu divino, un ángel, parecerás; no fíes en los placeres, porque pasan como el viento, y cuando estés descontento, disimula si pudieras”.
Escrito por: Domingo Porfirio Rojas Nina (jcderojasnina@hotmail.com)
Narramos la historia real y conmovedora de un hijo cuyo progenitor jamás le ofreció amor, protección ni consejos. En cambio, éste fue indulgente, ofreciéndole favores numerosas veces sin pasar factura.

Y, con borbotones de lágrimas y penumbras le dice: “Cuando volví a verte, después de tantos años, contemplando tu figura varonil, poco te conocí, sólo recordaba tu nombre, aunque indagué tus pasos por la tierra”.

Supe que fuiste un hombre demasiado honesto, correcto militar, secretario de doña Julia Molina, -a pesar de que fuiste antitrujillista-, quien te recomendó como sargento del Ejército Nacional y que te trasladaron después a San Cristóbal a organizar las oficinas de la fortaleza General Antonio Duvergé, en donde lo hiciste bien y tus superiores te condecoraron y allí te casaste con mamá, siendo ella una estudiante con dispensa de edad y le llevabas muchos años, pero el amor no tiene edades y pasa cantando canciones.

Volví a saber que solicitaste tu renuncia, cuando, en tu presencia, un mayor de Ejército abofeteó y rompió la boca a un humilde Raso, a quien llamaste cobarde, desenfundaste tu pistola y lo retaste a un duelo que este abusador no aceptó.

Igualmente, me enteré que cuando volviste a tu vida civil hacías dulces de coco y salías a venderlos por las calles de San Cristóbal, con una bandeja en tu cabeza. ¡Qué noble y bello ejemplo éste!

Leí cartas que escribiste a mamá pidiéndole perdón, aunque ella jamás quiso decirnos nada ni a mis adoradas hermanas sobre los motivos de su divorcio, pero los hijos investigamos. Supimos que admitiste que ella era como una santa muy honrada, más inteligente que tú y humanista.

Y siendo así, no tuviste valor de arrodillarte ante su cadáver a implorarle perdón. Tu vano orgullo superaba tu tamaño.

Pero rompiste esa vanidad cuando en 1972 fuiste al Palacio Nacional, donde yo laboraba como Secretario de Estado, y en presencia de mi ayudante especial Aníbal Martínez, me entregaste una carta para el presidente Balaguer, rogándome que te ayudara para no perder tu casa en Bonao..

Y Balaguer aprobó que dicha casa te fuera vendida al Estado, y tú pagaste todo el dinero. Por eso, insisto en tu integridad.

Ay, recuerdo cuando conversé con nuestro ilustre amigo José Francisco Peña Gómez y Don Antonio Guzmán, el mejor presidente dominicano de estos tiempos, junto al amigo Vicente Sánchez Baret, y fuiste designado en Induspapel, Villa Altagracia, y luego pensionado con honor.

Jamás te he reclamado los humildes favores que te ofrecí, pues sólo he querido alertar a todos los padres que quienes, olvidan a sus proles deben rectificar esta grave falta, aunque sea tardío, y lo hago con el solo anhelo de extenderte una clemencia. Te pedí que cambiaras tu jactancia y no lo hiciste, reiterándote mi piedad, y gracias por los elogios que me hiciste siempre; porque ese hijo es quien esto escribe.

En el Día de los Padres, exhortamos a todos los hijos a excusar agravios. Unas líneas de la carta que Juan Rulfo, a fines del siglo XVI, dirigió a un hijo suyo: “Sabes, hijo, que si vas por el derecho camino, un espíritu divino, un ángel, parecerás; no fíes en los placeres, porque pasan como el viento, y cuando estés descontento, disimula si pudieras”.

24 DE JULIO 2009,
ANGEL CABRERA SANCHEZ

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